martes, 30 de agosto de 2011

EXPLOSIÓN DEPORTIVA, LA COLUMNA DE PATRICIO AGUILAR

Almita Velázquez. Toda mi admiración y mi respeto.

“La lucha había sido muy fuerte. En la penúltima ronda me alcanzó Portnov. Teníamos los mismos puntos y como estábamos tan adelantados, la pelea por el oro sería entre nosotros dos. Y llegó el momento decisivo para él. Su décimo clavado.

En esos momentos se había registrado un récord en la alberca y hubo una exclamación general. Pero de cualquier manera Portnov se lanzó. Y ¡vámonos!, que cae de espaldas. Lo había perdido todo. Como yo hacía ocho años. Salió cabizbajo de la fosa. La frustración del público fue evidente. Pero, de pronto, los delegados soviéticos comenzaron a protestar. Arguyeron que el grito en la piscina había perturbado a Portnov. La presión se hizo cada vez más fuerte a cada instante y los jueces finalizaron por ceder.

Concedieron a Portnov otra oportunidad y éste la aprovechó perfectamente. Subió al trampolín y tuvo mucho tiempo para preparar su salto; lo corrigió y finalmente lo ejecutó muy bien. Y ganó la medalla de oro. La que ya había perdido. La que me pertenecía”

Lo anterior es un fiel relato de Carlos Girón, Medallista Olímpico de plata en clavados en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, plasmado en el libro Medallistas Olímpicos Mexicanos (Comisión Nacional de Libros Gratuitos, México 2006, pp. 375).

Curiosamente este episodio es mi primer recuerdo claro de una competencia olímpica. Y lo es junto con la escena que envuelve esta nostalgia. La sala de mi casa, la transmisión por tele en blanco y negro, y mi abuelo en su sillón, maldiciendo a los jueces que le robaron la medalla a México.

Don Bernardo, un tipo idealista y soñador, con un gran sentido del humor y con un inmenso amor por México y su deporte, por su historia, por sus héroes y convencido de que el cambio algún día tenía que llegar.

El estaba convencido que los deportistas eran tan honestos como sus sueños de paz y crecimiento en México. Apostaba porque nuestro país algún día ganaría un Mundial y que no había placer tan grande como escuchar el Himno Nacional viendo cómo colgaba del pecho del atleta, la medalla de oro.

Afortunadamente cuatro años después, en Los Ángeles 84, pudimos -juntos obviamente- disfrutar de los triunfos de Ernesto Canto y Raúl González y escuchar orgullosos y de pie, las notas de nuestro himno.

Don Bernardo era admirador de Valenzuela, de Chávez, de Beto Avila, de Pedro Rodríguez y podía pasarse tardes enteras platicándome de los logros de Capilla, Mariles, Pedraza… las peleas del Ratón Macías y los disgustos de nuestra Selección de Futbol.

Al mismo tiempo, amaba a su México tranquilo, en crecimiento, con historias de la Revolución y del Presidente Madero así como de sus eternas quejas de los gobiernos más recientes, algún día esto tendrá que cambiar, decía.

Fue él quien me enseñó que el deporte era el camino más honesto y leal para llegar a triunfar, me enseñó a quererlo, a admirarlo, a respetarlo, a emocionarme y tener una gran capacidad de asombro. “Esta medalla” –me dijo cuando Canto entró primero al estadio Memorial de Los Ángeles- “costó mucho esfuerzo y años de preparación… debe celebrarse con la bandera en lo alto y el himno de México”.

Igual y con la emoción al borde de sus ojos aceitunados, Don Bernardo narraba una y otra vez, el paso firme, elegante y bello, con el que Enriqueta Basilio portó la antorcha de los Juegos Olímpicos del 68, para finalmente encender el pebetero que guardó la llama de la esperanza, esa llama que cerca estuvo de no encenderse por lo vivido en Tlatelolco.

Esa llama, recorrió México como un símbolo de paz y unión, como un símbolo sí, de esperanza. Esa llama pasó posteada por Puebla y fue vitoreada por muchos niños que hoy ostentan sitios importantes en el gobierno de nuestro país, el mismo que Don Bernardo soñaba con mirar esplendoroso.

Si hoy viera lo que ha pasado con su amado México, seguro lo embargaría un silencio más profundo que el que lo acompañó en sus últimos meses de vida.

La nueva flama

Mañana miércoles, la antorcha que lleva la flama Panamericana y que arderá en el pebetero de Guadalajara el próximo 14 de octubre, estará en Puebla. Es una oportunidad de unión, de mirar que no todo está perdido, que aun hay causas por las cuales luchar y con las cuales podemos ilusionarnos y tener siempre nuestro motivo para sonreir.

El deporte nos permite ver el verdadero triunfo de la raza humana, luchando contra sí mismo y siempre saliendo adelante. Salgamos a la calle y acompañemos a la antorcha, es una buena oportunidad para mirar una fiesta de la que no debemos estar ajenos.

Es la fiesta de México, en un momento en que nuestra confianza y nuestra esperanza andan por los suelos, tomemos esta llama como pretexto, arropemos a nuestros atletas, levantemos los brazos y escuchemos nuestro Himno, como si tuviéramos en el cuello, colgada, una brillante medalla de oro.

La frase

“Años de entrenamiento y sacrificios para vivir por un instante y para siempre, un momento de gloria”

Williams de Jesús Córdoba Santamaría. Medalla de Oro en Tae Kwon Do, Juegos Olímpicos de Barcelona 92

Hasta la próxima. Estamos pendientes en “Explosión Deportiva”, de lunes a viernes a las 9.00 AM en 1010 AM Punto 10 Deportes.