PRINCIPIOS BÁSICOS DE NUTRICIÓN DEPORTIVA
Las primeras referencias escritas conocidas que
relacionan el rendimiento deportivo con el tipo de dieta consumida se
encuentran en escritos de la antigua Grecia. Allí se comentan las diferentes
formas de alimentarse de los atletas que participaban en aquellos primeros
juegos olímpicos, donde incluían también ciertas «pócimas» secretas, a modo de
lo que hoy podríamos conocer como ayudas ergogénicas. Se dice que Milón de
Cretona, campeón olímpico de lucha y discípulo de Pitágoras, tomaba diariamente
20 libras de carne, otras tantas de pan y 15 litros de vino, lo cual no deja de
parecer una desvirtuación exagerada para engrandecer todavía más a un campeón.
Estos conocimientos y prácticas fueron posteriormente utilizados
por los entrenadores de los gladiadores en la antigua Roma. En estos casos el
llevar una alimentación adecuada era más importante aún si cabe, puesto que
alcanzar un alto rendimiento físico comportaba salvar la propia vida. Tras la
caída del Imperio Romano, todos estos conocimientos se olvidaron y sólo ha sido
a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el hombre ha comenzado a
relacionar, primero de una forma totalmente empírica y luego, como consecuencia
de la investigación científica, la alimentación y nutrición con el rendimiento
físico.
Ya bien entrado el siglo XX, se realizaron trabajos
que informaban sobre la relación existente entre el rendimiento deportivo y la
dieta, estableciéndose que el consumo de dietas altas en carbohidratos antes, y
la ingestión de glucosa durante el transcurso de ejercicios prolongados de
intensidad moderada, retrasaban la aparición de la fatiga y mejoraban el
rendimiento en parte por la prevención de la hipoglucemia. En aquella época se
demostró que en los corredores de maratón existía una estrecha relación entre
los niveles de glucemia y el grado de fatiga tras la finalización de la prueba.
Ya se sugirió entonces que la administración de hidratos de carbono antes y
durante el ejercicio sería beneficiosa para que no decayera el rendimiento.
También en aquellos años se demostró de qué forma
contribuían la oxidación (transformación de sustratos o nutrientes en energía)
de las grasas y de los hidratos de carbono al metabolismo energético en función
de la intensidad del ejercicio realizado. Cuanto más alta es la intensidad de
ese ejercicio, mayor es la importancia que adquiere el contenido en
carbohidratos de la dieta, mientras que a intensidades bajas, la mayor parte
del gasto energético proviene de la oxidación de las grasas.
En estas tres últimas décadas, gran parte de las
investigaciones se han dirigido hacia la obtención de técnicas que pudieran
aumentar las reservas orgánicas de glucógeno con la ingesta de carbohidratos,
tanto antes como durante el ejercicio.
Por lo tanto, queda sobradamente demostrado que hay una
relación directa y totalmente incuestionable entre la alimentación y el
rendimiento físico. Tanto es así que sobre todo en el deporte de alta
competición, donde los deportistas entrenan con unos volúmenes e intensidades que
muchas veces rozan los límites humanos, la alimentación deportiva se ha
convertido en una cuestión realmente importante. Tan importante, que se la
conoce como el entrenamiento invisible.