miércoles, 25 de mayo de 2016

EN LÍNEA CON TU SALUD, LA COLUMNA DE YASS GUEVARA

PRINCIPIOS BÁSICOS DE NUTRICIÓN DEPORTIVA

Las primeras referencias escritas conocidas que relacionan el rendimiento deportivo con el tipo de dieta consumida se encuentran en escritos de la antigua Grecia. Allí se comentan las diferentes formas de alimentarse de los atletas que participaban en aquellos primeros juegos olímpicos, donde incluían también ciertas «pócimas» secretas, a modo de lo que hoy podríamos conocer como ayudas ergogénicas. Se dice que Milón de Cretona, campeón olímpico de lucha y discípulo de Pitágoras, tomaba diariamente 20 libras de carne, otras tantas de pan y 15 litros de vino, lo cual no deja de parecer una desvirtuación exagerada para engrandecer todavía más a un campeón.
Estos conocimientos y prácticas fueron posteriormente utilizados por los entrenadores de los gladiadores en la antigua Roma. En estos casos el llevar una alimentación adecuada era más importante aún si cabe, puesto que alcanzar un alto rendimiento físico comportaba salvar la propia vida. Tras la caída del Imperio Romano, todos estos conocimientos se olvidaron y sólo ha sido a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el hombre ha comenzado a relacionar, primero de una forma totalmente empírica y luego, como consecuencia de la investigación científica, la alimentación y nutrición con el rendimiento físico.
Ya bien entrado el siglo XX, se realizaron trabajos que informaban sobre la relación existente entre el rendimiento deportivo y la dieta, estableciéndose que el consumo de dietas altas en carbohidratos antes, y la ingestión de glucosa durante el transcurso de ejercicios prolongados de intensidad moderada, retrasaban la aparición de la fatiga y mejoraban el rendimiento en parte por la prevención de la hipoglucemia. En aquella época se demostró que en los corredores de maratón existía una estrecha relación entre los niveles de glucemia y el grado de fatiga tras la finalización de la prueba. Ya se sugirió entonces que la administración de hidratos de carbono antes y durante el ejercicio sería beneficiosa para que no decayera el rendimiento.
También en aquellos años se demostró de qué forma contribuían la oxidación (transformación de sustratos o nutrientes en energía) de las grasas y de los hidratos de carbono al metabolismo energético en función de la intensidad del ejercicio realizado. Cuanto más alta es la intensidad de ese ejercicio, mayor es la importancia que adquiere el contenido en carbohidratos de la dieta, mientras que a intensidades bajas, la mayor parte del gasto energético proviene de la oxidación de las grasas.
En estas tres últimas décadas, gran parte de las investigaciones se han dirigido hacia la obtención de técnicas que pudieran aumentar las reservas orgánicas de glucógeno con la ingesta de carbohidratos, tanto antes como durante el ejercicio.

Por lo tanto, queda sobradamente demostrado que hay una relación directa y totalmente incuestionable entre la alimentación y el rendimiento físico. Tanto es así que sobre todo en el deporte de alta competición, donde los deportistas entrenan con unos volúmenes e intensidades que muchas veces rozan los límites humanos, la alimentación deportiva se ha convertido en una cuestión realmente importante. Tan importante, que se la conoce como el entrenamiento invisible.