Por
Ricardo Hernández Esparza
Me
enteré este miércoles por la noche que tú, mi admirado amigo y Maestro,
decidiste abordar el tren de la inmortalidad.
Dejas
en mí un sentimiento de mucha tristeza porque contigo se van muchos años de
admiración por tu trabajo, primero, y luego por el tremendo placer de que me
hubieras considerado tu amigo y, en algunos momentos, confidente de lo que te
representó dejar en varios libros tu legado.
Lo
que sí puedo presumir es que tú supiste desde que nos conocimos que si me
involucré en este medio fascinante fue por ti. Era un adolescente cuando empecé
a apasionarme por los números que tú manejabas y siempre manejaste con tanta
habilidad e inteligencia hasta convertirte en el mejor estadístico y en el
único que sin apoyo de la tecnología –que hoy hace experto de números a
cualquiera de nosotros- creaste un prestigio que trascenderá por los años
venideros.
Siempre
te escuchaba con don Enrique que igualmente merece un reconocimiento aparte
porque jamás mostró falta de respeto por tu labor; al contrario, aún y cuando
al final decidiste hacer otro tipo de quehaceres, cuando surgía alguna duda de
estadística deportiva, invariablemente ordenaba con energía: ¡Pregúntenle a don
Isaac!
Recuerdo
que un día, con algunos datos que ya había acumulado, mis siempre infaltables
antecedentes de cada juego, le pedí a Roberto Martínez Otero la oportunidad de
difundirlos en radio, concretamente con Jesús Manuel Hernández y luego vino la
invitación a formar parte de La Peña de mi querido Adolfo Kirn que también tomó
el camino que hoy tomas hace algún tiempo, lo que derivó en conocer y trabajar
con Alberto Fabris del Toro en lo que fue una etapa extraordinaria de mi vida y
que más tarde se tradujo en conocerte…¡por fin!
Recuerdo
como si fuera hoy que cuando me presente contigo, estabas sentado a la espera
de entrar a la cabina con don Enrique. Dejaste de leer y alzaste la mirada
diciéndome: ¿Así que tú eres Ricardo Hernández?
No
supe qué decir, me quedé callado y tus siguientes palabras fueron: “mucho
gusto, ocasionalmente escucho La Peña y noté que te gustan los números.
Bienvenido”.
Ese
fue el inicio de una gran amistad. El alumno y el maestro, aunque en esta
historia jamás se dio aquello de que el alumno superó al maestro porque si bien
es cierto seguí compilando datos y me fueron etiquetando por ello, jamás pensé
siquiera en faltarte al respeto de esa manera, porque mientras hoy formo parte
de decenas, miles tal vez, que gustan de los números deportivos, tú fuiste,
eres y seguirás siendo el único, el mejor.
Hoy,
reitero, me siento muy triste. No voy a tener la oportunidad de volver a platicar
contigo, mi amigo, mi Maestro. Pero ya lo haremos en otro plano en algún
tiempo.